¿Qué es más importante, escuchar o hablar? Esta es la pregunta que le hice a un grupo de 30 adolescentes que de pronto descifraron el cuestionamiento con respuestas que apuntaban a lo que más se les facilitaba. La mayoría argumentó que prefiere o se le facilita hablar. Otros pocos (muy pocos) compartieron que escuchar es lo que mejor saben hacer. Estas respuestas me llevaron a pensar en el ¿por qué? Me preocupa que pocos consideren que escuchar sea algo valioso o fácil. Hacerlo de forma consciente implica nuestra atención plena (muy al estilo mindfulness) y es ahí donde nos perdemos en el problema.

La palabra (el hablar) es poder y en la actualidad, los medios electrónicos nos posibilitan a estar aparentemente comunicados. Es fácil tomarnos unos segundos para enviar un mensaje en unos cuantos caracteres, transmitir en vivo o crear contenido publicable de forma instantánea. La realidad es que, más que comunicarnos, nos permiten alzar la voz (sin importar si somos atendidos por al menos una persona) de forma genuina y consciente.

Mi inquietud surge porque, al menos por lo que observo en los jóvenes, hablar no significa ser escuchado, porque incluso matiza el valor que damos a la palabra.

Constantemente nos repiten que no nos quedemos callados, que promovamos la denuncia, que alcemos la voz… Pero ¿acaso nos están mandando el mensaje de que igualmente debemos escuchar? ¿Qué valor tiene el silencio, cuando lo que a veces necesitamos es detenernos un minuto para escuchar a los demás?

La pregunta que lancé en mi salón de clases, previamente incluyó un ejercicio donde, por dos minutos tenían que hablar o escuchar, sin interrupciones.  Les resultó incómodo ese proceso de ser escuchados, y algunos confesaron lo difícil que era saberse “tan” escuchados. Por otro lado, los que escucharon de pronto decían que perdían la atención, también fue un reto concentrarse… ¡Cuánto nos falta enfatizar que escuchar es una virtud! Me parece imperioso que el saberse escuchados nos resulte extraño o incómodo. De poco sirve alentar a las nuevas generaciones a alzar la voz, si no reforzamos el poder que les otorga el ser escuchados.

Con diálogos se construyen comunidades, no con monólogos. Aquella mañana, de esos 30 adolescentes a quienes interrogué, hubo dos personas que me hicieron recuperar la fe en la humanidad… Ambos coincidían en que valoran escuchar, sobre todo porque sólo así lograban aprender. Sólo dos personas de 30, identificaron ese valor en el ejercicio de escuchar. No es una muestra estadísticamente representativa y mucho menos una cifra contundente, pero fue una fortuna escuchar esas dos personas.

Es cierto, escuchando crecemos más en sabiduría que hablando.

Ojalá que la aparente pasividad que implica el escuchar, se convierta en una práctica poderosa, digna de generar el diálogo y la transformación que nuestra sociedad necesita… Que los jóvenes necesitan. Pensemos más allá de indicadores o de gráficos como corazones, caritas o pulgares arriba, que aparentemente, indican que estamos escuchando o leyendo. Ser escuchado debería sentirse como tener un montón de miradas con los ojos bien abiertos y los oídos bien atentos, otorgando valor a lo que alguien dice.

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