Antes, las niñas soñaban con ser princesas. Ahora de adultas, muchas mujeres soñamos con ser exitosas en nuestros campos laborales, pero también con ser “súper mamás”, la mejor pareja, una buena amiga, “súper fit”, nutrióloga, y más… Las exigencias son muchas, y nuestra búsqueda de ese crecimiento personal (lo que sea que signifique) viene casi inevitablemente, acompañada de culpa.

La enorme culpa que sentimos por dejar a los críos para continuar con nuestro crecimiento personal – ya sea en lo laboral, para ir al yoga, al súper… Definitivamente, todas las que nos hemos convertido en mamás, pasamos por aquello de afirmar “esto no me va a suceder, yo voy a dejar de trabajar” (como cuando juramos que no seríamos como la prima Idalia, que se volvió psycho desde que es mamá). Y ahí empieza el “sube y baja” de pensamientos y emociones. Pero, con suerte, algo o alguien nos ayuda a recobrar cordura y nos hace recordar quiénes somos realmente y quiénes queremos ser.

Sabemos que el vínculo  y el apego es de vital importancia para los hijos, pues tiene gran influencia en sus relaciones futuras con otras personas, es la base de la seguridad y autoestima, además de la confianza en los demás y en el mundo. Por eso, en lugar de sólo sentir culpa, podemos formar individuos emocionalmente sanos; atendiendo sus necesidades básicas, creando ambientes estables y seguros que sean predecibles, fomentando el contacto físico y visual, creando autoconciencia corporal y emocional de nosotras como madres, anticipando los momentos de desapego, y fomentando las figuras de apego múltiples. Darnos el permiso y dárselos a los críos para la elaboración de los sentimientos alrededor de la separación.

Un punto muy importante, y que no siempre es fácil de seguir, es dedicar tiempo suficiente en los momentos de llegada y despedida. Regularmente,  tenemos el tiempo contado para llegar o irnos de algún lugar… Sobre todo en las mañanas, donde tenemos horarios que cumplir – ya sea en el colegio o el trabajo –, pero podemos respirar profundo y regalarnos (literalmente) un minuto que, si bien, no hará la diferencia para llegar puntual a una cita, sí hará la diferencia emocional en ti y en tus hijos para que el resto del día se sientan seguros. Tómate ese minuto para verlos a los ojos, conectar con ellos y despedirse con una sonrisa, un abrazo o algún ritual especial como un “beso de mariposa”, un “abrazo de oso”, o algo que te guste hacer con ellos. Sólo agrégale tu toque personal, para que los haga sentir seguros de ese vínculo.

Lo mejor que podemos hacer es enseñarles a los críos a buscar la felicidad, la plenitud y que conozcan a la mujer que es su mamá. Lo verdaderamente importante es inspirarlos a seguir adelante con el ejemplo de vida que les hemos dado; respetando nuestras decisiones y sabiendo que, sin importar el resultado, todas la decisiones fueron tomadas con amor y pensando que en ese momento, era lo mejor.

Liberémonos, de cada una de esas culpas, para convertirnos en la mejor versión de nosotras mismas.

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