Hace unos días una clienta llegó conmigo a un programa de Coaching de Vida. En una de las sesiones más recientes, ella me decía que no comprendía por qué una amiga de mucho tiempo había dejado de estar cerca.

Quería comprender auténticamente.

En el fondo, en su corazón, había tristeza y confusión. Después de escucharla, le explicaba que, cuando algo nos reconforta tendemos a desear y pensar que será permanente.

Digamos que nos acostumbramos a esa realidad y en buena forma la idealizamos… Curiosamente, cuando eso pasa, no tarda mucho tiempo para que surjan las primeras oportunidades para probar realmente la fuerza de las raíces.

 

A veces la relación supera el desafío y se fortalece después de los momentos de confusión, separación y crisis, y resurge más clara y más fuerte.

Pero hay veces que eso no sucede…

Hay veces que esa relación, básicamente, comienza a esfumarse. Se crea un espacio tal que se corta el flujo vital de las raíces, y eso, pienso yo, es completamente normal.

Me parece muy curioso porque, a menudo, las situaciones que vivo en mi vida son las que mismas que me llegan con mis clientes y en mis talleres. Me refiero a temas con mis hijos, en mi vida personal o profesional. Justo lo que vivo es lo que me llega para trabajar (¡es increíble!).

Precisamente, me había estado preguntando de una relación querida que tuve por muchos años. En mi corazón, igual que mi clienta, tenía tristeza y dudas. No tenía claridad de dónde se había roto o fracturado la relación. Deseaba tomar responsabilidad de mi parte, hasta que llegó a mí la claridad y la paz…

Recordé una de las enseñanzas más importantes del mundo espiritual, que dice que “todos estamos conectados de una otra manera”.

Esto quiere decir que lo que yo veía o sentía en esa persona, podría ser el reflejo de algo que yo tenía en mí. Es decir, la otra persona con toda seguridad tenía sensaciones que también le hacía sentir la separación hacia mí. Comprendí entonces que no era tan importante quién de los dos había hecho algo para que esto estuviera pasando, sino que lo importante era el entendimiento de que las relaciones llegan a nuestra vida con un propósito: ayudarnos a crecer juntos.

Cuando esa relación termina su propósito más elevado, es natural que la relación tome una pausa para renacer… O que se agote.

Esta visión le ayudó tanto a mi clienta – como también a mí – a recordar que no hay nada permanente en esta vida. Estamos en constante evolución, y cada encuentro tiene una razón sagrada y profunda de aparecer y de terminarse.

Deseo que esto te sirva y aclare tu corazón.

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