¿Qué me gustaría hacer aún y cuando no me pagaran por ello?

Esa fue la pregunta que hace cerca de 7 años me hice en un “retiro espiritual” de 30 minutos en el jardín de mi casa acompañada de un té verde (cuando eres mamá de dos niños, tener media hora sólo para ti es un lujo que hay que valorar y aprovechar).

En esa época, dos pérdidas importantes en mi familia y un trabajo que no me hacía muy feliz me hicieron tomar un tiempo para reflexionar sobre lo que quería hacer con mi vida laboral. Los días transcurren a veces tan rápido, el día a día con sus vueltas, obligaciones y compromisos te absorbe y te jala hacia un ir y venir  tan falto de sentido, que dejaba al descubierto que algo me faltaba, buscaba “eso” que me permitiera recuperar el brillo en los ojos, el entusiasmo y la alegría que pensaba haber perdido.

“Si no conoces el lugar al que quieres ir, poco importa el camino que tomes”, es una de las muchas frases súper profundas que el conejo de la historia de Alicia en el país de las maravillas nos regaló, si la analizas te darás cuenta que, si no haces un alto y reflexionas un poco, puedes pasar todo el día – y todos los días- haciendo cosas que no te acercan a tu objetivo, y creo que eso se siente. Sientes que no vas a ninguna parte. Y no es que no estés haciendo nada o que no estés avanzando, sólo que quizá no lo estés haciendo en la dirección correcta. La gran pregunta es: ¿tenemos claro esa dirección?

Al menos yo en ese momento no lo tenía.

Sentía que la vida me había llevado circunstancialmente hasta ese punto, pero para ser sincera, sin mucha proactividad de mi parte.

Dicen que a veces hay que tocar fondo para asumir cambios, y yo ¡moría por un cambio! Así que decidí empezar por imaginar el concepto de vida profesional ideal e irme trazando pequeñas metas que me pudieran ir acercando a ese objetivo, hay que reconocer que lo bueno de estar en un estado incómodo (por así decirlo) es que no tienes nada que perder, pero sí mucho que ganar.

La respuesta a la pregunta con la que inicié esta historia no tardó en llegar, pareciera que estaba ahí solo esperando ser llamada. En mi caso me apasiona la mercadotecnia, la responsabilidad social y la filantropía, y en ese momento no estaba haciendo mucho de lo que me apasionaba. Si eso te pasa, seguro sentirás que los lunes te cuestan horrible, que amas los viernes y que los domingos te saben como….agridulces.

El resultado de este primer encuentro conmigo no me arrojó precisamente un proyecto de vida profesional, pero si un ejemplo de lo que no quería hacer, y ese es un avance. Cuando Thomas Alva Edison tenía un intento no exitoso en su proyecto por inventar la bombilla eléctrica, decía “no he fracasado, he encontrado 10.000 soluciones que no funcionan”, y yo concuerdo con él.

A partir de ahí todo empezó a fluir. Cuando se clarifica la mente, es como si “los astros se alinearan”, las circunstancias se convierten en oportunidades y las casualidades se transforman en causalidades. Inicié una serie de ajustes en mi vida profesional, sé que a veces los cambios no son fáciles, pero cuando tienes los suficientes elementos que los justifiquen, la labor se hace más sencilla. Hoy te puedo decir que me siento realizada con lo que hago, que cada día hay una nueva aventura, que me encanta seguir aprendiendo, estudiando y aplicando lo que sé a más proyectos filantrópicos de empresas y personas. Tengo el privilegio de conocer el lado más bonito del ser humano: el de la generosidad, que ahora cuando hago pausas reflexivas es para analizar qué más puedo sumar al diseño de un programa social y hacerlo más estratégico y que definitivamente ni los lunes me cuestan, ni los domingos son agridulces, aunque eso sí, ¡los viernes son los viernes!

No requieres mucho para hacer esta pausa reflexiva, en mi caso fueron 30 minutos y un té, y bueno, alguna sesiones extras.

La vida nos merece felices, nos merece realizados, tú lo agradecerás y créemelo, el mundo también.

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