Parte de mi vida profesional la he dedicado a intervenir como asesor en negociaciones de diversa índole, generalmente siendo la única o de las pocas mujeres en la sala. Con mucha tristeza debo reconocer que en más ocasiones de las que quisiera, cuando ha estado una mujer al otro lado de la mesa, la negociación ha sido tensa y, en ocasiones incómoda, como si estuviéramos presentando un examen que solamente una de nosotras puede aprobar, haciendo que la competencia se vuelva personal.

Recientemente viví una de esas experiencias y quise aprender y entender un poco más del tema, ¿es verdad esta afirmación? ¿es sólo una percepción? ¿existe información sustentada al respecto? y, bueno, como ahora hay estudios para todo, encontré bastante material y me gustaría compartir lo que aprendí.

Algunas teorías psicológicas consideran que las mujeres competimos entre nosotras por razones antropológicas, relacionadas con garantizar la mejor calidad de genes y mejores condiciones de supervivencia a nuestros descendientes.

A esa teoría le podemos sumar el hecho de que las mujeres somos de “recién ingreso” a la fuerza laboral formal y a la educación superior. Pareciera que esa combinación de factores resulta en una necesidad (probablemente real) de lucha intensa por hacernos de un lugar en ese mundo y por obtener recursos y espacios que hasta hace poco eran reservados a los hombres.

Un factor que me gusta recordar, ya que lo olvidamos con facilidad, es que los derechos y libertades que hoy gozamos no siempre existieron y su obtención representó un costo altísimo en términos de defensa, valor, tiempo y sangre. Recordemos a las “sufragistas” que pusieron en riesgo su reputación, su familia y sus vidas en la lucha por el reconocimiento de la igualdad entre hombres y mujeres en las decisiones políticas de un país.

Solo en México, las mujeres adquieren el derecho de voto en octubre de 1953 (pregúntenle a sus abuelas si recuerdan la primera vez que pudieron votar), es decir que ¡no tenemos ni 70 años como género participando en las decisiones políticas de nuestro país! (Como dice mi sobrina F: “¡es bien poquito Katia!”)

Dentro de las tremendas desigualdades por las que ha pasado el género femenino, les comparto 2 ejemplos que me resulta muy difícil justificar con argumentos:

En 1888 en Estados Unidos se propuso una legislación que permitiera el derecho de voto únicamente a mujeres solteras o viudas con propiedades[i].

En México, en el Código Civil de 1928, se le reconoció cierta igualdad a la mujer frente al hombre, se le permitió, “sin necesidad de autorización marital”, tener un trabajo, ejercer una profesión, dedicarse al comercio, “con tal que no descuidara la dirección y los trabajos del hogar”[ii].

Podríamos seguir dando ejemplos de las difíciles circunstancias que ha vivido generacionalmente nuestro género, y con lo anterior quiero ilustrar que las mujeres seguimos en esa inercia de luchar, por espacios, reconocimientos y derechos, y probablemente ese sea un factor, que aunado a los anteriores, resulte en todas esas actitudes que han dado origen a la desafortunada frase que da inicio a este artículo.

Esa inercia genera lo opuesto a lo que debemos construir aquí y ahora. Ambientes donde las mujeres seamos honestas, abiertas y que nos ayudemos unas a otras en vez de meternos el pie, o nos critiquemos por trivialidades y a nuestra espalda. Donde nos demos retroalimentación positiva, en privado y con respeto. Reuniones de trabajo donde el ambiente sea natural y de camaradería. Ambientes donde prevalezcan y se implementen políticas laborales de flexibilidad, y no sean las propias mujeres las primeras en criticar. Ambientes donde la maternidad y la lactancia sea normalizada.

Esa competencia agresiva es contraria al espíritu del feminismo, es una falta de respeto a todas las horas, lágrimas y sacrificios que se vivieron para que tengamos los derechos fundamentales de los que hoy gozamos.

Es momento de detener esa inercia. Es responsabilidad de las mujeres de nuestra generación.

Para ello, debemos hacer un alto y cuestionarnos si hemos abonado a la permanencia de la desafortunada frase. ¿Hemos generado redes de sororidad? ¿Tendemos la mano a otras mujeres? ¿Qué hemos hecho por allanar el camino a las generaciones que vienen? ¿Cómo estamos educando a nuestros hijos? ¿Estamos en la posibilidad de implementar políticas laborales más favorables para la mujer?.

Esta semana leí una nota que se volvió viral sobre un grupo de mujeres que ayudó a una mujer embarazada con un hijo pequeño que estaba haciendo una rabieta en un aeropuerto. Ellas, todas desconocidas, lejos de criticar o poner cara de incomodidad, voltearon a ver su interior, tuvieron compasión de la mujer-hermana en una situación difícil, y no se quedaron allí, salieron de su zona de confort e hicieron algo concreto para apoyarla, cantaron para calmar a su niño, le ofrecieron agua y comida.

Me quedo con esas mujeres, las que se apoyan y comparten sus experiencias, sus posibilidades, su tiempo y sus recursos. Las que nos hacen crecer con sus reflexiones, las que nos comparten la visión que no tenemos al igual que lo que aprenden o lo que leen, las que nos cuestionan y nos animan. Las que confían y creen en nosotras. Las que nos empujan y nos recuerdan nuestro valor. Las generosas, las que nos corrigen con fraternidad, las amigas que no nos merecemos, las pendientes de las necesidades de todos, las que quieren a nuestros hijos y gozan con nuestras risas y sufren con nuestras lágrimas. Las que no se sienten amenazadas por otra mujer.

En pocas palabras y adaptando la frase de Mahatma Gandhi, hoy nos invito a ser la mujer que queremos ver en el mundo.

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[i] https://en.wikipedia.org/wiki/Timeline_of_women%27s_suffrage#cite_note-24.
[ii] María Delgadina Valenzuela Reyes, “Evolución Legislativa sobre los derechos e igualdad jurídica de la mujer en México”, Revista Latinoamericana de Derecho Social, Núm. 10, enero-junio de 2010, pp. 325-345. http://www.journals.unam.mx/index.php/rlds/article/view/18648/17700

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