Había escrito la historia que no es única, que muchas madres vivimos, ese sentimiento de la primera vez que dejas a tu bebé. Tienes sentimientos contradictorios; por un lado, estás estrenándote en un sentimiento tan profundo, ese amor que no sabías podías experimentar. ¿Les pasó? Tienes al bebé en el vientre, pasas cuarenta y tantas semanas con él o ella, sientes un gran amor, a la vez estás muy pendiente de la salud, sabes que lo amas, pero ¡zas!, ¡nace! Un buen día llega al mundo, lo ves por primera vez y dices: “no sabía lo que era amar hasta este momento” … Por otra parte, sabes que también tienes compromisos de trabajo, que algún día iba a llegar el momento de salir, puede ser de vacaciones, puede ser por trabajo y cuando el momento ha llegado, el volver a la acción te causa emoción.

Pero me desvío, ya tenía la historia escrita, hacía un borrador y mi laptop empezaba a fallar, algo raro sucedía, así que decidí mandarla al departamento de sistemas a que la revisaran, para variar, se dañaron algunos archivos, los de la última semana.

Volvía a escribir el artículo y pensaba en arreglar maleta, cuando mi hija, me pidió ayuda con una tarea: “Mamá, tú que si le sabes de números, por favor, ayúdame a estudiar, tengo exámenes de matemáticas, español y formación cívica, no entiendo muy bien varias cosas de matemáticas…”

María se pone un broche deteniendo el cabello hacia atrás, mientras me dice: “mamá, cuando uso este broche, estoy en el modo de estudio, quiere decir que me he puesto seria”.

Siento un amor diferente al que cuando nació, ya han pasado varios años, las mariposas en el estómago siguen estando conmigo, deseándole lo mejor, preocupada porque entiendo mi responsabilidad al educarla. Dudosa de si ¿estoy haciendo bien?, además de que a veces me traiciona la inseguridad… A la vez pienso que mañana estaré en otra ciudad y que ella tiene una semana de exámenes, le debo dar las herramientas que tengo a la mano y empiezo a explicar las fórmulas de la manera más simple que conozco.

Yo la veo con ojos que no puedo describir, estoy tratando de adivinar su futuro, ¿escritora?, ¿psicóloga?, ¿abogada?, pienso que tiene mayores competencias en ciencias humanas que exactas, mientras descarto las matemáticas, la física, interrumpe mis pensamientos. “¡Ni creas que seré química, o ingeniera!”- exclama como si leyera lo que pienso, “ya hace mucho decidí no trabajar en la NASA”. Suelto la carcajada y ¿suelto una mentira?: “¡no pienso en eso!, pienso en tu cabello de estudios y en cómo explicarte las operaciones para que las matemáticas sean muy fáciles, porque en verdad son fáciles”.

Me voltea a ver, me da las gracias y dice, “estoy segura me irá muy bien”. Le doy un beso diciendo “así es” y así será…

Ya en el avión, me doy cuenta que pienso demasiado, reviso los pendientes a los que voy del trabajo, me doy cuenta que necesito leer más y caigo en el tema: ahora los extraño de una manera diferente, veo como las necesidades evolucionan, ahora me preocupan otras cosas, me vuelvo a preguntar ¿estaré haciendo bien?

Entre tantos brincos de pensamientos, una señora de unos sesenta años que va a mi lado me dice: la veo muy pensativa, ¿los hijos?.  –“Sí, entre tantas cosas” le respondo.  “¡A todas nos pasa! Los míos ya tienen cuarenta años, los veo bien, realizados, felices, pero de vez en cuando me pregunto ¿lo estoy haciendo bien?…”

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