Estaba Dios en su reunión anual con los pequeñines que bajarían este año a la Tierra. Empezó a pasar uno por uno para ver si ya habían escogido a los padres con los que vivirían. De pronto toca a la puerta una pequeñita: la más radiante de toda la sala. A todos los peques les encantaba estar con ella, y jamás estaba sola pues era tanta la felicidad que compartía que hasta hacían fila para estar junto a ella: era la primera en ser llamada por Dios. Debido a sus méritos, tenía el primer número y preferencia para escoger a sus padres, pero al momento de presentar su propuesta frente a Dios, alegó que ella necesitaba cambiar las reglas. Dios, asombrado de su actitud, pensó que necesitaba más tiempo para escoger, o quizá estaba indecisa con su elección, pero ella, con voz firme y decidida, le afirmó a Dios que ya sabía perfectamente cuáles padres quería.

– Entonces, ¿cuál es el problema hijita?

– He encontrado un niño que en verdad necesita ir con mis padres, aunque es mi turno de ir con ellos. No quiero otros papás pero, de verdad, él tiene que ir también con mis papás. Ya revisé si hay aún solicitudes disponibles para que vayamos juntos, pero me dicen que en mi caso es imposible, que es él o yo, e insisto en que debe haber otra forma. Mira, no puedo cederle mi lugar porque también quiero que él sea mi hermano, sé que no tenemos permitido escoger a los hermanos, pero es que él es tan bueno y risueño; sé que nos vamos a querer mucho.

– ¡Ay hija! Yo sabía que eras especial, pero esto me rebasa. Frente a tal insistencia me veo obligado a ceder ante tus necesidades y cambiar las reglas; dejaremos que él vaya primero y tú te quedarás aquí conmigo otros dos años. El problema es que tus padres ya te esperan, han soñado contigo y te aman mucho, incluso ya te han nombrado, te dieron un nombre hermoso:

“Paola”

– ¡Ay Dios! Sé que tú puedes hacerlos entender que todo fue un error y que es mi hermano el que va primero; lo que no me gusta es eso de tener que esperar tanto tiempo. ¡Qué tal que algún niño me gana el turno de ir con mis papás!

– Jajaja, ¡qué cosas dices pequeña! No te preocupes, cuidaremos tu lugar. Ve a avisarle a tu hermano que se prepare, que es su turno de bajar. Despídete de él y hazle saber que tú serás su hermana; que le has cedido tu lugar y por eso mismo él tiene que ser un “cielo” con sus papás. Deberá irlos preparando para tu llegada triunfal. Unirá cada día más a la familia, y los llenará de sonrisas y cosas nuevas. Yo por mi parte iré avisándoles a tus papás que él se adelantará.

– Gracias Dios – agregó la pequeña y sin más se dirigió a su futuro hermano que ya la esperaba ansioso por saber cuál sería el veredicto que Dios había dado, pues el plan lo habían trazado juntos.

Pasó el tiempo y el pequeño llegó a su familia. Y tal como Dios y su hermanita se lo pidieron, él fue todo un “cielo”, llenó de alegría y sonrisas. Sabía que debía esperar dos años antes de poder anunciar que su hermanita vendría, mientras tanto, él se dedicó a disfrutar y preparar a su familia.

Una mañana de mucho sol, sin esperarlo, Dios se presentó una vez más con los pequeños. Esto sorprendió mucho, pues aún no era tiempo para la reunión anual en la que Paola podría ir con sus papás, pero Dios la mandó llamar una vez más para que ella le explicara por qué no había esperado esos dos años para llegar con sus papás. Su familia ya estaba avisada de que ella venía en camino y esta vez era algo seguro.

Ella se sonrojó, subió al regazo de Dios, lo abrazó y le explicó:

– Mira Dios, es que yo tenía mucho miedo de que otro niño me fuera a ganar a mi familia, así que supuse que me comprenderías y no te enojarías conmigo por adelantarme, ¿verdad?

Y Dios, al ver esos ojos iluminados y amorosos, no tuvo más remedio que contestar el abrazo, reír (como ya era su costumbre cada vez que estaba con Paola), y dejarla ir.

Paola, ya decidida a irse con su familia se despidió de Dios dándole un gran beso y abrazo, pero había algo que ella aún no entendía…

– Dios, gracias por permitirme escoger a mi familia.

– Claro pequeña, era como estaba escrito, los padres que escogiste son los adecuados y únicos para ti, pero… ¿qué te aflige?

– He notado que me has hecho con más amor y te lo agradezco pero… ¿puedes explicarme cómo usaré este cuerpo que me has dado?

– Claro, esperaba que me lo preguntaras. Mira, tus dedos son pequeños y gorditos porque acariciarán a cuanta persona conozcas; esa caricia reconfortará hasta al más afligido. Tus ojos son rasgados, porque irradian tanta luz que si fueran de otra forma cegarías al mundo con tu luz interior. Tienes hiperflexibilidad (la habilidad de extender excesivamente las coyunturas), porque tendrás que abrazar mucho. A tus piernas les falta tono muscular, pues todos querrán tenerte con ellos y no querrán que te vayas lejos, ¡nunca! Tus manos son chicas y anchas con una sola arruga en la palma de una o ambas manos, pues tú serás la única que podrá construir tu destino, y nadie podrá decirte qué es lo que vas a hacer o hacia dónde te dirigirás. Tus orejas son pequeñas porque eres tan buena para escuchar que no necesitas más. Serás más pequeña que tus compañeros, pues querrás observarlo todo ya que te gusta disfrutar de los pequeños detalles. Y finalmente… tu corazón, él aloja tantísimo amor que no lo he podido cerrar. Tú serás la encargada de hacer que este corazón pueda cerrar, y tú tendrás que decidir de qué manera lo harás.

– Pero, ¿por qué soy así?

– Tú serás una de mis selectas mensajeras, encargada de esparcir mi amor en la Tierra; la gente volverá a tener fe y rezará, por eso te he enviado con capacidades diferentes. El mundo lo ha nombrado como “Síndrome de Down” o “trisomía 21”, ya que no siempre tienen claro mi grandeza y han tenido que darle nombre a cada una de las ramas de mis mensajeros.

Entonces, llegó el momento de su llegada; estaba un poco nerviosa pues no sabía si podría usar todo ese poder que le dio Dios.

Los papás de Paola la esperaban impacientes, y al verla por primera vez, sus ojos se llenaron de lágrimas cargadas de esperanza, fe y amor.

Su mamá dijo:

– Es tal como la imaginaba, especial de pies a cabeza.

Esa noche, se le presentó un ángel a su mamá, avisándole que Dios la había premiado por haber sido tan buena madre, mandándoles a una de sus hijas más queridas: Paola. Pero ahora su misión era saber compartirla y compartir su grandeza con el resto del mundo.

Paola vive feliz cada etapa que la vida le presenta, amando y disfrutando el amor de su familia y de todo el que le conoce. Está haciendo bien su trabajo; ha tocado la vida de muchísimas personas y cada día es una nueva aventura para sus papás.

– Gracias Dios por enviarla con nosotros, te prometemos cuidarla y quererla como se merece. . .

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