Ajustándome al molde

 

Qué lucha inútil y cuesta arriba es ésta de andar llenando mis expectativas y qué agotador el querer llenar, además, las de tanta gente a mi alrededor…. realmente me siento exhausta, y sigo sin llenarlas.

Es curioso cómo desde que tomé conciencia de qué tenía que hacer para que me quisieran, para ser aceptada, valorada, para pertenecer a un ambiente —llámese familia, escuela, grupo de amigos, grupo de profesionistas— me fui haciendo al molde que mejor se acomodaba a estos personajes que tenía que representar, o al menos así lo pensé por mucho tiempo.

 

—No llores fuerte —me decía mi papá.

—Si vas a hacer algo, tienes que ser la mejor —me decía mi mamá.

—Una mujercita debe andar siempre arreglada. —No grites cuanto te enojes. —No te rías fuerte. —No debes sentirte triste por esto. —No debes enojarte por esto otro. —No digas lo que piensas, puedes ofender a alguien. —Esa blusa que te gusta no está de moda, debes comprar ésta otra. —Estás muy gorda. —Estás muy flaca. —Estás muy alta. —Estás muy baja. —Debes dedicarte a tus hijos. —Debes ser exitosa en tu profesión. —Debes… Debes… Debes… —a g o t a d o r.

 

Lo más triste de todo, ¡es que me lo creí! Entonces, cada vez que no cumplía una de las características que debía tener para ser exitosa, buena, aceptada, ser como “todos”, me sentía fatal y me esforzaba aún más para ser —aparentar, mejor dicho— ese personaje perfecto. Para luego entonces, convertirme en un monstruo exigente que me autocriticaba todo el tiempo “en busca de esa perfección” que creí necesitaba alcanzar para que toooodos me quisieran. Y fui guardando culpas y faltas de perdón a mi misma, ya que naturalmente no cumplía las expectativas que los demás, y yo, teníamos de mí.

Y bien dicen, como es dentro es fuera, obviamente, ¡nadie llenaba mis expectativas! El yo monstruo del que te hablé también se presentaba al juzgar a los demás… si, ¡juzgar!… el yo monstruo ¡también se creyó juez! Y aunque he sido más flexible con los demás que conmigo, vaya que he exigido y cuando no cumplían llegaba el momento de guardar rencores. Porque para yo estar contenta contigo, debes llenar el personaje, mismo que yo estoy buscando llenar todo el tiempo y cada vez que te equivocas y no haces, dices, piensas como es “correcto” entonces tengo todo el derecho a enojarme, guardar rencor e imponer castigos para que merezcas mi perdón.  ¡Uy qué miedo!

En este ir y venir de faltas de cumplimiento de expectativas esta vida se vuelve un caos, ni yo, ni mi pareja, ni mis hijos, ni mis amigos, nadie, NADIE cumple ese personaje… ¡y claro! ¿Por qué debemos cumplirlo? ¿En qué momento el pertenecer se hizo más importante que el ser? Solo que aquí no concluye mi autoanálisis, ya que tantos años representando tantos personajes llega el momento que ya no sé cuál soy en realidad, o que parte de cada uno de ellos es mi auténtico ser… ¡tarea ardua el reconocerme! Llega el momento que son tantas máscaras colgadas en mi pared, que para lograr quitármelas necesariamente tengo que invalidar esas creencias y asumir las consecuencias de ello, y les confieso, con la edad, resulta mucho más sencillo el no necesitar pertenecer, si siendo yo no encajo o no quepo en el molde, pues tranquilamente y sin enojos o tristeza, no estoy ¡y ya! Aunque acepto que la experiencia que he adquirido durante ya 48 años me ha dado las herramientas para poder lograrlo, no obstante aún hay muchas circunstancias en que me veo con la máscara puesta y me cuesta reconocerme a través de ella, porque se requiere de humildad.

 

Luego, en calma me analizo, me perdono, me acepto, y sigo adelante e igual lo intento con los demás. Cuando logro distinguir las máscaras que llevan puestas, lo analizo, lo perdono, lo acepto y a disfrutar su compañía, ya cuando él o ella vean sus máscaras se reirán como yo me río al descubrir las mías.

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