Dicen que cuando estás a punto de morir, toda tu vida pasa por tus ojos. En mi caso, si muriera pronto, no vería toda mi vida, pero si el último año. El año en que conocí el verdadero significado de la palabra amistad.

Cuando nos conocimos, yo no pasaba por el mejor de mis momentos, recuerdo que estaba perdido, no tenía familia, amigos o siquiera un techo donde dormir. Era de noche, no sabía a dónde ir. Terminé refugiándome de la lluvia y el frío en una pequeña puerta con techo de un complejo de departamentos. Esa noche era de aquellas en las que el frío te cala hasta los huesos, estaba tan distraído, temblando y tratando de calentarme, que no lo escuché llegar a la puerta. Su primera reacción fue de sorpresa, casi de miedo, a nadie le gusta ver a un extraño en la puerta de su casa, pero cuando el susto pasó, me tendió la mano.

Era algo extraño, respondí poniéndome a la defensiva, pero no sé si fue lo débil que estaba por llevar varios días sin comer, o algo en él me dio confianza, pero no puse resistencia y me dejé ayudar. En retrospectiva, me da gusto no haber huido. Todas las personas con las que me topaba me sacaban la vuelta, algunos incluso me amenazaban con darme de palos o cosas peores. Jamás imagine que alguien pudiera tenderme la mano.

Esa noche recuerdo haber dormido sobre una cobija caliente. Él me abrió las puertas de su casa, me dio un techo, algo de comida y me llevó al médico, en donde me pusieron algunas vacunas, dada mi situación. Por más inverosímil que suene, aún existen personas genuinamente buenas, aunque a mí me llevó tiempo creerlo, aún viviéndolo en carne propia.

La palabra amigo es definida en el diccionario de la siguiente manera: Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. Ese día, cuando él me ofreció su mano, comenzó algo que puedo llamar con todas sus palabras, amistad.

Vivir en la calle gran parte de tu vida no es nada grato, puede afectar tu salud y tus emociones de maneras indescriptibles. Los primeros días estando de visita en esa casa, sentía mucha desconfianza, pero él seguía ayudándome y yo opté por ayudarle en todo lo que pudiera, aunque mi condición me impedía hacer muchas tareas, hacía lo que podía. Cada mañana nos sentábamos a desayunar juntos, el salía a trabajar y yo comencé a buscar trabajo, tampoco podía quedarme cruzado de brazos.

Una tarde en que salimos a caminar al parque y regresamos a su departamento, el intendente nos saludó y le comentó a mi amigo, observándome de reojo, que tal vez yo podría ser un buen guardia de seguridad. Mi amigo me sonrío y me preguntó si me gustaría, a lo que yo asentí con una gran sonrisa. En el sótano del edificio había un pequeño cuarto de servicio que entre mi amigo y el intendente acondicionaron para mi. No lo podía creer, tenía un techo y un trabajo. Mi felicidad no podía ser mayor.

Cuando las personas que entraban y salían del edificio me veían, se sorprendían e incluso me observaban con ojos extrañados. Le preguntaban al intendente por mí y él les decía que era la nueva seguridad del edificio. Algunos me sonreían y me saludaban, mientras otros simplemente suspiraban y pasaban de largo. Sabía que como todo en esta vida, tenía que ganarme su confianza, y la mejor forma de hacerlo era haciendo bien mi trabajo.

Conforme fueron pasando los meses, ayudaba en todo lo que podía. Acompañaba al señor del tercer piso todos los días a la vuelta de la cuadra cuando salía a comprar el periódico y en algunas ocasiones incluso iba a recogerlo y se lo dejaba en recepción. También estaba la pareja de recién casados del segundo piso, que cada mañana salía a correr muy temprano al parque frente al edificio. Me quedaba viéndolos desde la puerta, ya que era muy temprano y nunca se sabe qué puede pasar sin importar el horario. Poco a poco, todos en el edificio comenzaron a reconocerme.

Recuerdo un día en que la hija de la familia del quinto piso, una niña muy simpática que siempre me saludaba con una sonrisa, salió un sábado por tarde a la tienda de la esquina. Cuando venía de regreso, observé a un par de vagos que la estaban molestando, salí al paso de los dos sujetos y me puse entre ellos y la niña poniendo mi cara más feroz. Al verme, se asustaron tanto que salieron corriendo. Desde entonces, la niña se volvió mi amiga y todos en el edificio comenzaron a hablar del evento, al grado de que día tras día encontraba pequeños detalles y regalos en mi cuarto, sobre todo comida. Para alguien que había pasado hambre casi toda su vida, alguna galleta o una cacerola de vez en cuando me hacía muy feliz, hasta ropa me llevaban. Casi podría presumir que todos en el edificio se hicieron mis amigos.

Pero además de todos los amigos que hice en ese edificio, al paso de los meses, lo que más disfrutaba eran las caminatas por la tarde con mi amigo que me tendió la mano desde el primer día. Creo que le inspiré la misma confianza que él me inspiró, y cuando salíamos a caminar al parque me contaba de su día en el trabajo, de la chica que le gustaba en la oficina, de cuando la invitó a salir por primera vez, y en una ocasión llegó con ella al departamento. La verdad es que era una muy simpática; incluso en ciertas ocasiones salíamos los tres a caminar al parque juntos. La vida me sonreía y yo le sonreía de regreso.

Los meses se fueron acumulando, y puedo decir que el último año ha sido el mejor de toda mi vida. Pero nada es para siempre. Si alguien lo sabe, es alguien que ha visto el lado oscuro de la vida en la calle.

Todo empezó con un olor extraño. Me desperté, eran alrededor de las tres de la mañana, el olor venía del sótano del edificio. Corrí, y cuando me acerqué a la recepción sentí el calor. La pared que daba al estacionamiento ya estaba hirviendo, y el humo comenzaba a colarse por la puerta que estaba entre abierta, era cuestión de minutos para que el incendio se propagara. Comencé a gritarle al intendente, quien tenía su departamento en el primer piso, pero no obtuve respuesta. Fue entonces cuando lo vi tirado junto a la puerta, me acerqué a él y entendí todo, una caja de fusibles, llamas, calor, humo, el estacionamiento entero estaba en llamas, le grité al intendente mientras lo intentaba mover. Para mi suerte, mis gritos y movimientos lo despertaron, me vio sorprendido y me dijo gracias amigo, hay que salir de aquí.

Cuando llegamos a recepción lo vi tomar el teléfono, supongo que estaría llamando a los bomberos. Comencé a hacer mi trabajo, subí corriendo las escaleras al departamento de mi amigo, grité y toqué con todas mis fuerzas su puerta. Cuando me abrió, le dije lo que estaba pasando, pero estaba muy dormido para entenderme, lo bueno fue que al abrir la puerta el humo ya estaba subiendo por el hueco de las escaleras y eso lo hizo reaccionar. Salió corriendo hacia abajo, pero yo seguí subiendo. “¡¿Qué haces?!” – gritó desesperado. “Mi trabajo”, le dije mientras subía corriendo para advertir a las demás personas del edificio.

Mientras yo corría y corría, el edificio se llenaba de humo cada vez más rápido. Me movía a toda velocidad de puerta en puerta, gritando a cada departamento que debían salir. Todos me veían con sorpresa en la puerta, aunque a estas alturas ya no tenía que decir nada, el humo y el calor se sentían por el pasillo. Salían a toda prisa escaleras abajo, mientras yo corría a máxima para avisar a las últimas personas. Grité durante varios segundos que parecieron horas. Entonces, recordé que no había nadie, mis amigos del último piso se habían ido a pasar el fin de semana con sus abuelos. Observé el primer piso desde arriba, el calor comenzaba a sentirse cada vez más fuerte, el hueco de las escaleras era una columna de humo negro. Comencé a bajar, pero ya comenzaba a tener problemas para respirar. Sólo pude bajar un par de pisos antes de desvanecer por completo. Ya no podía respirar, ni moverme. El calor era abrumador y el humo llenaba mis pulmones, las paredes comenzaban a colapsar. Esquivé una puerta que estalló al final del pasillo. “¡El gas!”- recordé. “¡Las llamas llegaron al gas!”. Era el departamento de la familia de mi amiga, la niña. “Ellos ya salieron, los vi, ahora lo recuerdo, los vi correr.” – Pero ese pequeño momento de distracción bastó para que una pared vencida por el fuego y el calor cayera sobre mi pierna, me aplastó como si un camión me hubiera atropellado, y después, nada.

Lo que nos lleva a este momento. El dolor y mis pulmones colapsando me despertaron, grité como nunca lo había hecho en toda mi vida. Me quedé inmóvil por unos segundos, intenté arrastrarme, pero ya no sentía mi pierna, apenas podía respirar, así que me quedé ahí. El edificio colapsó lentamente a mi alrededor, y yo, con una sonrisa pienso en mi amigo, en todos mis amigos del edificio. “Lograron salir, eso es lo más importante.”- pensé.

Las llamas comenzaron a acercarse, mientras el humo me abrazaba, el calor me envolvía y las paredes de un edificio que llegué a llamar hogar, se convertían en mi tumba. “La mejor tumba.”- pensé sonriendo. Las llamas crecían y sentía mi vida desvanecer hacia una hermosa luz plateada.

——————————————————————————————————————————-Nota del día.

Héroe 

30 de julio, Monterrey, 2018

Edificio del centro es consumido por las llamas, pero gracias a los esfuerzos de un perro guardián, adoptado de las calles, lograron salvarse. Todas las familias salieron ilesas. La tragedia en la que pudo haber terminado, se evitó gracias a la astucia de aquel animal, quien advirtió a los vecinos ladrando de puerta en puerta. Desgraciadamente la única víctima del siniestro fue el mismo perro, que después de correr y avisar con sus ladridos a todos, quedó atrapado en la azotea del edificio, consumida por las llamas. “Era mi mejor amigo”, mencionó una niña que vivía en dichos apartamentos al referirse al héroe.

Tan solo en Monterrey más de 3,000 personas al mes quieren abandonar a sus perros y/o gatos a través de las ONG´s de Protección Animal. Más de 500,000 perros y 1,500,000 gatos deambulan en las calles del Estado de Nuevo León enfrentando la peor situación de supervivencia y reproduciéndose sin control. Más de 67,000 animales al año (entre perros y gatos) son echados a las calles de Monterrey y su área metropolitana*.

*Datos recabados de los registros proporcionados por la Secretaria de Salud, la Secretaria de Desarrollo Sustentable, los Centros Antirrábicos, IFAW, así como de las Asociaciones de Protección Animal en el Estado de Nuevo León.

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