Qué razón tenías mamá.

 

Con firmeza y entrecejo, mi hijo de dos años me reniega con estas palabras: “¡No MAMÁ!” El “muy muy”, enojado, cierra los ojos como si yo fuera un personaje de caricatura que pudiera desaparecer. Y qué decir de los más grandes, tu llegas con todo del trabajo a decir “hola, ¿hijo ya hiciste tus pendientes?” y ellos responden, ”hugh, ya vas a empezar.”

 

Cómo recuerdo las frases de:

—A ver, déjame ver—, y para cuando acordabas ya tenias saliva de tu mamá en la mejilla, limpiándote.

—Te vas a raspar las piernas, te va a quedar una cicatriz y no te va a gustar de grande.

—Lo que hagas, hazlo bien, o no lo hagas.

 

En fin, la lista de indicaciones puede ser interminable.

Cuántas dijimos “Yo nunca”, pero luego te das cuenta que sí, si lo haces.

De niña, pudiste haber pensado “Voy a ser una mamá que tendrá para sus hijos todos los juguetes que el dinero pueda comprar”.

Después, en la  adolescencia, cambiaste de parecer: “Seré una mamá súper relajada, mis hijos tendrán libertad absoluta de todo”.

“Recién casada voy a ser una mamá llena de energía, de parque todos los días, súper juguetona, con la vitalidad para jugar y correr, para resumir: incansable”.

Y pues, no lo logré exactamente. Nadie me dijo que ser mamá venía con: desvelos, una fatiga indescriptible, un agotable deseo de que todo sea perfecto y un desgaste físico. Si me dijeron, se quedaron cortos, porque las que lo vivimos sentimos que el parque parece todo un Iron man race. Terminamos con la lengua de fuera, todas sudadas y buscando una banquita para descansar.  Pueden estar pensando que los niños dan mucha energía, pero también es cierto que la absorben y eso no estaba en mis pensamientos, nadie me lo dijo.

Pero bueno, volviendo a las ideologías de la infancia, mi versión de la mamá era evitar a toda costa las cosas que no me gustaron de niña, e imitar las que sí me gustaron. Todos recordamos momentos sagrados de nuestra infancia, como el dulce casero que me preparaban sólo en mi cumpleaños o el vestido que diseñaba en una hoja y mi mamá con sus manos mágicas hacía realidad.

Claro que seguramente yo también le dije “¡No… MAMÁ!”

¡Qué equivocada estaba! ¡Qué ilusa pensar que yo descubriría una nueva versión de la mamá! Claro, existen variantes ya que nuestras conductas van cambiando pero hay cosas que no pasan de moda, como los valores y los buenos modales. Es por eso que ahora entiendo que solo se logra con recordatorios de qué hacer y qué no… y sí… la saliva sigue limpiando manchas cuando no estas cerca de un baño o no traes toallitas en la bolsa… ni modo.

Hoy en día con mucho cariño pienso “Cuánta razón tenias Mamá”.

A mis 40 años despierto diariamente con la intención de renovar la versión de mí del día anterior y no por ser la mejor mamá del año, sin esperar ser la mamá que mi familia necesita para abrazarlos, regañarlos, alentarlos. Mi mamá, que ya no está conmigo, sigue recordándome sus palabras y me abrazo a ellas cada vez que las digo. Quizá algún día mis hijos me recuerden, sin importar que sea por  el grito de …

“¡¿Quién dejo aquí los zapatos?!”

Aunque en ese momento no me quieran tanto, algún día lo valorarán, así como yo agradezco ahora que no siempre hice lo que quise, ya entiendo por qué mamá, ¡ya te entendí!

 

En fin, mi respeto y admiración para todas las mamás, quién iba a pensar que esas cuatro letras llevaban tanto peso, amor y sabiduría. Qué bendición lidiar con los niños, qué bendición ser cómplice de los pasos que toman.

Mis hijos aun están pequeños, me faltan muchos  “¡NO MAMÁ!”, aprenderé a disfrutarlos y hacer una memoria de ellos.

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