El mundo da muchas vueltas, pensaba la anciana de color mientras esperaba sentada en una vieja silla de madera, frente a ella veía a jóvenes desfilar por el estrado, hablaban, la gente aplaudía, la gente gritaba, a veces con euforia, a veces con enojo, el joven se retiraba y otro tomaba su lugar, la anciana bajó la vista y observó sus manos callosas mientras las recorría con su dedo pulgar, las yemas de los dedos que parecían lijas después de años de trabajar la tierra, lavar pisos y servir a cualquier tarea física a la que se le encomendara, aquellas manos, pensaba, habían cargado arados, así como tres hermosos niños, sin importar que a algunos de ellos los tuvo en brazos por solo minutos.

La anciana seguía escuchando los gritos mientras seguía observando sus manos, así como sus muñecas, en las cuales aún se podían apreciar las cicatrices que las cuerdas, cadenas y grilletes habían dejado después de años, formando pequeños ríos que se fundían con sus arrugas. Eso jamás impidió que dejara de remangarse sus blusas, mostrando con igual orgullo, cicatrices y arrugas. Las voces seguían en el fondo del escenario, la gente gritaba palabras de esperanza, de valor, algunos trataban de hacer notar otras palabras de odio, resentimiento y venganza, pero ella sabía que la lucha no está ahí, no, la lucha está en la verdad como estandarte. Lo sabe porque lo ha vivido, lo ha sufrido, pero jamás se ha dado por vencida, porque si algo ha aprendido, es eso, a jamás darse por vencida.

Observa a un costado del escenario y vea su hija menor, quien la observa con orgullo, sabe que no hay nada más que una madre pueda pedir, que ser ejemplo para sus hijos, haberles enseñado a transitar por esta vida, en la que lo único que no puedes hacer es bajar la cabeza, sin importar el número de grilletes que te pongan, o que termines por colocarte tú solo. Con ella recorrió montañas y cruzó países en busca de una mejor vida, en busca de libertad, ella, aunque no lo supiera, era su fuerza y guía, ahora, con esa mirada, vuelve a ser su fuerza, cuando a lo lejos escucha su nombre, y voltea al centro del escenario, el hombre la observa invitándola a pasar al frente.

 

La anciana se levanta de la vieja silla y camina hacía el frente, cientos de personas la observan murmurando, pero hasta ahora no ha habido hombre o multitud que la haya hecho sentir menos, y levantando los hombros y la mirada se dirige a ellos con voz firme:

—Bueno mis niños, cuando hay mucho alboroto es porque algo está pasando —dice mientras alza la voz y la mirada recorre a las personas que la observan.

 

—Creo que tanto los negros del sur como las mujeres del norte, están todos hablando de derechos y a los hombres blancos no les queda más que ceder muy pronto —y algunos rostros asienten, seguros, mientras otros la observan con duda.

 

—Pero, ¿de qué se trata? ¿De qué estamos hablando aquí?

 

Levantando la voz un poco más dice:

—Los caballeros dicen que las mujeres necesitan ayuda para subir a las carretas, para pasar sobre los charcos en la calle y que deben tener el mejor puesto en todas partes… —termina haciendo una pequeña pausa y levantando la voz continua.

 

—¡Pero a mi nadie nunca me ha ayudado a subir a las carretas o a saltar charcos de lodo o me ha dado el mejor puesto en ningún lugar!

 

Su voz se quiebra de forma imperceptible mientras ésta resuena en todo el escenario de tal forma que sus palabras llegan a todos y cada uno de los asistentes.

—¿Acaso no soy mujer? ¡Mírenme! —dice mientras levanta las mangas de su blusa.

 

—¡Miren mis brazos! ¡He arado y sembrado la tierra, he trabajado en los establos y ningún hombre lo hizo nunca mejor que yo! —grita con orgullo.

 

Su voz baja de nuevo, respira y observa de nuevo al público como si viera a cada uno a los ojos, de frente.

—Y ¿acaso no soy mujer? Puedo trabajar y comer tanto como un hombre, si es que consigo alimento —y con una paz y serenidad en su voz dice, no como reclamo, sino como un simple hecho que debe ser expuesto —…¡y puedo aguantar el látigo también!

 

—Y ¿acaso no soy mujer? Parí trece hijos y vi a cada uno ser vendido como esclavo —y su voz se quiebra de forma un poco más evidente, pero observa a su hija a solo metros de ella. Respira y continua—. Cuando lloré junto a las penas de mi madre nadie, excepto Jesús Cristo, me escuchó y ¿acaso no soy mujer?

 

—Entonces preguntan “¿Qué es lo que tiene en la cabeza?” “¿Qué significa esto?” —una persona en la audiencia grita “Intelecto”— ¡Exacto! —continua la anciana con voz firme— ¿Qué tiene que ver todo esto con los derechos de las mujeres y de los negros?

 

—Si mi vaso solamente puede contener medio litro y el de ustedes un litro completo ¿no sería muy egoísta de parte de ustedes, no dejarme tener mi pequeño vaso lleno?

 

Entonces un pequeño hombre vestido de negro le grita desde el anonimato de la multitud:

—Las mujeres no pueden tener tantos derechos como los hombres, porque Cristo no era una mujer.

 

El rostro de la anciana voltea hacía la dirección de donde vino la réplica y con voz firme le contesta: —¿De dónde vino Cristo? ¡De Dios y de una mujer! ¡El hombre no tuvo nada que ver!

 

Con voz cansada y su anciano cuerpo pidiéndole reposar, se dirige de nuevo al público diciendo con los ojos formando lágrimas.

—Gracias por haberme escuchado, ahora la vieja Sojourner no tiene más nada que añadir.

 

La anciana escucha a la gente romper en un aplauso ensordecedor mientras regresa a la vieja silla detrás del escenario, donde su hija la espera con los ojos llenos de lágrimas, la anciana la envuelve entre sus brazos como cuando era una pequeña bebé.

La gente comienza a acercarse a la vieja silla, y uno a uno, los asistentes tocan sus manos, aquellas manos llenas de callos y arrugas, mientras sus palabras quedaban grabadas en los corazones de todos los presentes. Después de un momento, la anciana tomo de la mano a su hija, y ambas caminaron rumbo a su hogar; era por ella que había roto sus cadenas de esclava, y ahora pretendía ser la voz y fuerza para heredarle un mundo, no solo con libertad, sino con derechos y equidad.

 

 

Isabella Baumfree nació como esclava en Estados Unidos en 1797. Escapó a Canadá en 1827 y dos años más tarde regresó a Nueva York cuando fue abolida la esclavitud en ese estado.

A partir de 1843 adoptó el nombre de Sojourner Truth, (Portadora de la verdad).

Se volvió oradora a favor del movimiento abolicionista y en pro de los derechos de la mujer.

En 1850 trabajó con Olive Gilbert para editar el libro biográfico Narrative of Sojourner Truth.

Durante la Guerra Civil de 1861 organizó un acopio de víveres para los soldados negros que peleaban a favor de la Unión, conformada por los estados del norte.

Después de la guerra, trabajó para la organización de esclavos libertos y estimuló la migración a Kansas y Missouri.

Truth falleció en 1883 en Michigan.

 

¿Acaso no soy mujer? fue pronunciado el 28 de mayo de 1851 en la Convención de Derechos de la Mujer en Akron, Ohio. Fue la única mujer negra que asistió.

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